lunes, 13 de julio de 2015

Frontino, antes y después de la luz eléctrica.

Todos ustedes frontineños pueden ayudarnos  a hacer memoria, completando la historia con sus comentarios.


Se me da por pensar que el presente es el pasado escrito con los pasos de cada quien. Entendiendo lo anterior como los hechos originados por la cotidianidad.

Mi casa de  niño era de tapia, de  blancos canceles de madera y bahareque con una acera estrechita de adobe macizo; mas allá un caño empedrado hecho por mi abuelo, para que las bestias pudieran arrimar a su tiendita sin dañar el piso; luego la calle, unas barrancas y un pequeño muro que sostenía la cola del solar del hotel de María Barrera. Para mas señas vivíamos en toda la esquina que daba al cementerio sobre la calle infante.
Era una vieja calle  oscura, donde nosotros nos entreteníamos capturando cocuyos en la noche y depositándolos en una pequeña caja de arroz Marfil de libra, para luego mirarlos bajo las cobijas.
Los abuelos dormían  temprano, nosotros con más bríos permanecíamos afuera sobre todo si era sábado; de igual manera  mi  papá aun con rastros de juventud, mamá y algunos hermanos.

Hacer “candeladas” era una de nuestras pasiones. Era ver los rostros temblorosos de nuestros amigos iluminados tenue mente por los movimientos de la luz, era adentrarse en una noche mágica, -No jueguen mas con candela, decía mi mamá ya saben lo que les pasa si se orinan esta noche en la cama-.

Volvíamos entonces al quicio de la puerta principal donde conversábamos casi a oscuras, en razón a que la luz que iluminaba la salita era apenas como para alumbrar a san Martin de Porres  o al ángel de la guarda.
La luz de la casita era una lámpara hecha de  un frasco con un mechón encendido alimentada con  petróleo y que se cambiaba de lugar según la necesidad. También se usaban las velas de parafina que se usan hoy en día  y los más pudientes usaban lámparas “Coleman americanas”. Nosotros en el quicio  conversábamos y conversábamos  y además oíamos radio en un pequeño transistor marca “Sanyo” que era de mi abuela Rita y qué a veces le sustraíamos a escondidas, pues se negaba a prestárnoslo dizque porque nosotros le sacábamos las emisoras.

Todo el pueblo era a oscuras después de las siete de la noche. En algunas casas había  luz eléctrica, es decir una o dos bombillas marca Philips de 25 wattios que pendían del techo con un cordón trenzado y forrado por una especie de hilo y un “benjamín” donde se ponía la bombilla.
 Hay que decir que  era tan nula la luminosidad que si  se intentaba leer algo, el foco debía estar justo a una cuarta de distancia del libro.

La  energía  era proporcionada por una dinamo que funcionaba en la planta del municipio  ubicada muy cerca del matadero municipal entre el rio Nore donde está el pozo El Chorrón y La Falda; este era el paso obligado de los peregrinos de Manguruma y las veredas vecinas.

Frontino como todos los pueblos vecinos eran un espacio para las  sombras y las tinieblas, fenómenos  que sin duda facilitaban también  la conversación y el encuentro.
Cuando en la noche las personas pasaban, no se podían reconocer, a no ser que hubiera luna, o se pudiera reconocer su voz, de lo contrario solo se observaba una pequeña lucecita con un movimiento pendular producida por el tabaco o el cigarrillo encendido.
¡Buenas noches! Decían desde la calle y de inmediato la pregunta nuestra en voz baja  era ¿Quien va ahí?
Los habitantes de estos pueblos teníamos el síndrome chapola es decir, gravitábamos emotivamente  en torno a la  poquita luz que había.
La creatividad producto de la circunstancias era evidente; los tarros en que venían envasados productos como la leche en polvo, la avena o las galletas saltines y otros, servían como linternas, pues se les abría una perforación por  la parte inferior donde se ponía una vela y luego se ponía una pedazo de alambre retorcido a modo de cargadera.
En la plaza de Frontino existían algunos puntos estratégicos donde habían elevadores para aumentar la luminosidad y ahí se reunían los parroquianos a conversar o a escuchar radio, esos lugares eran la tienda de don Alejandro Bravo y La farmacia “Hijos de Castor Gaviria”.

Un buen día se hablo de mejorar el servicio y apareció como por arte de magia:
 ¡La  Represa ¡ yo no recuerdo como ni cuando , pero era “La Represa”.

En fin, un día se hablo de “traer la luz de Medellín” extraordinaria idea;  sin adentrarnos en detalles  puedo recordar que nos quedamos un año sin los rayitos de luz de la planta, ¡Que año tan largo!
Los empleados de la planta que yo recuerde eran: don Alfonso Rendón, un tal Carrillo, Hernando Vásquez y quien más… no recuerdo más.
El doctor Fabián Zabala era el alcalde de entonces, aunque era yo un muchacho, no olvide nunca su amabilidad ,su cabello crespo y su impecable vestido de cachaco.

Era emocionante ver durante ese año como llegaban las grúas y los remolques con los postes de la luz; como ponían carretas inmensas con el cableado para las primarias, como los cables trenzados  esperaban ser puestos en los viejos aleros de las casas y ese momento feliz, cuando llegaron con el contador  para empotrarlo en la tapia; y decíamos Frotándonos las manos ¡hay, como será cuando llegue la luz de Medellín!

Que alegría  saber que en el vecindario al pie de la casa de don Juan Cano, ahí contiguo al callejón  donde inicia la bajada para el matadero quedaría una de las luminarias  del alumbrado publico; ahí justo en ese lugar llegaría el milagro, “la luz de Medellín.”
Vi en lo alto del poste una lámpara erguida, imponente, vestida de verde y blanco que parecía que nos mirara y se ufanara de su posición.
Era tanta la expectativa de ver  materializado ese momento, que los niños  jugaban trepados en la rejas del cementerio, poniendo crucetas hechas de palitos y los cables con cabuyas que sacaban de un costal de papas. Todos los niños eran entonces constructores de un sueño.

El equipo  de sonido National Panasonic que había comprado Mario mi hermano, y todos los equipos de sonido del pueblo estaban listos para sonar, cuando se iluminaran  las casas. No veíamos la hora de hacer el primer jugo en la licuadora  aunque no la tuviéramos todavía o estrenar  la estufa o el fogón eléctrico como mínimo. En nuestro caso teníamos listo un L.P instrumental de los Diplomáticos, con el tema: Brisas del Valle.
Recuerdo, si no estoy confundido, haber visto un largo desfile de la comunidad encabezada por las autoridades municipales, en dirección a la vieja planta donde cada quien llevaba un farol encendido.
De esas  “imponentes”  lámparas verdes y blancas que deslumbraron en un sueño llamado luz, solo queda una y yo soy su dueño.
 Alas siete de la noche del día 5 de agosto del año 1978 se alumbro la zona urbana de Frontino en medio de una especie de grito espontaneo y unísono de emoción y asombro;  grito que salió de las gargantas y del corazón de toda la población. Yo no se que mas paso desde ese momento, ni me importo, porque estaba  en torno a mi lámpara; desde entonces comprendí  la alegría desbordante de las  chapolas.


1 comentario:

Unknown dijo...

en las noches frontino era antes de la luz eléctrica un pueblo de casas y calles fantasmales, tenia de este encanto que ofrece el mito y los imaginarios ritualizantes del abuelo que contaba historias de espantos....llego la luz y los espantos se espantaron ....se fueron no volvieron.... yo aun los estoy esperando