Todos ustedes frontineños pueden ayudarnos a hacer memoria, completando
la historia con sus comentarios.
Se me da por pensar que el presente
es el pasado escrito con los pasos de cada quien. Entendiendo lo anterior como los
hechos originados por la cotidianidad.
Mi casa de niño era de tapia, de blancos canceles de madera y bahareque con una
acera estrechita de adobe macizo; mas allá un caño empedrado hecho por mi abuelo,
para que las bestias pudieran arrimar a su tiendita sin dañar el piso; luego la
calle, unas barrancas y un pequeño muro que sostenía la cola del solar del
hotel de María Barrera. Para mas señas vivíamos en toda la esquina que daba al cementerio
sobre la calle infante.
Era una vieja
calle oscura, donde nosotros nos
entreteníamos capturando cocuyos en la noche y depositándolos en una pequeña
caja de arroz Marfil de libra, para luego mirarlos bajo las cobijas.
Los abuelos
dormían temprano, nosotros con más bríos
permanecíamos afuera sobre todo si era sábado; de igual manera mi papá
aun con rastros de juventud, mamá y algunos hermanos.
Hacer
“candeladas” era una de nuestras pasiones. Era ver los rostros temblorosos de
nuestros amigos iluminados tenue mente por los movimientos de la luz, era adentrarse
en una noche mágica, -No jueguen mas con candela, decía mi mamá ya saben lo que les pasa si se
orinan esta noche en la cama-.
Volvíamos entonces al quicio de la puerta
principal donde conversábamos casi a oscuras, en razón a que la luz que
iluminaba la salita era apenas como para alumbrar a san Martin de Porres o al ángel de la guarda.
La luz de la
casita era una lámpara hecha de un
frasco con un mechón encendido alimentada con petróleo y que se cambiaba de lugar según la necesidad.
También se usaban las velas de parafina que se usan hoy en día y los más pudientes usaban lámparas “Coleman americanas”.
Nosotros en el quicio conversábamos y conversábamos y además oíamos radio en un pequeño
transistor marca “Sanyo” que era de mi abuela Rita y qué a veces le sustraíamos
a escondidas, pues se negaba a prestárnoslo dizque porque nosotros le sacábamos
las emisoras.
Todo el
pueblo era a oscuras después de las siete de la noche. En algunas casas
había luz eléctrica, es decir una o dos
bombillas marca Philips de 25 wattios que pendían del techo con un cordón
trenzado y forrado por una especie de hilo y un “benjamín” donde se ponía la
bombilla.
Hay que decir que era tan nula
la luminosidad que si se intentaba leer algo,
el foco debía estar justo a una cuarta de distancia del libro.
La energía era proporcionada por una dinamo que funcionaba
en la planta del municipio ubicada muy
cerca del matadero municipal entre el rio Nore
donde está el pozo El Chorrón y La Falda;
este era el paso obligado de los peregrinos de Manguruma y las veredas vecinas.
Frontino
como todos los pueblos vecinos eran un espacio para las sombras y las tinieblas, fenómenos que sin duda facilitaban también la conversación y el encuentro.
Cuando en la
noche las personas pasaban, no se podían reconocer, a no ser que hubiera luna, o
se pudiera reconocer su voz, de lo contrario solo se observaba una pequeña
lucecita con un movimiento pendular producida por el tabaco o el cigarrillo
encendido.
¡Buenas
noches! Decían desde la calle y de inmediato la pregunta nuestra en voz baja era ¿Quien va ahí?
Los
habitantes de estos pueblos teníamos el síndrome chapola es decir, gravitábamos
emotivamente en torno a la poquita luz que había.
La
creatividad producto de la circunstancias era evidente; los tarros en que
venían envasados productos como la leche en polvo, la avena o las galletas
saltines y otros, servían como linternas, pues se les abría una perforación
por la parte inferior donde se ponía una
vela y luego se ponía una pedazo de alambre retorcido a modo de cargadera.
En la plaza
de Frontino existían algunos puntos estratégicos donde habían elevadores para
aumentar la luminosidad y ahí se reunían los parroquianos a conversar o a
escuchar radio, esos lugares eran la tienda de don Alejandro Bravo y La
farmacia “Hijos de Castor Gaviria”.
Un buen día
se hablo de mejorar el servicio y apareció como por arte de magia:
¡La Represa ¡ yo no recuerdo como ni cuando ,
pero era “La Represa”.
En fin, un
día se hablo de “traer la luz de
Medellín” extraordinaria idea; sin
adentrarnos en detalles puedo recordar
que nos quedamos un año sin los rayitos de luz de la planta, ¡Que año tan largo!
Los empleados
de la planta que yo recuerde eran: don Alfonso Rendón, un tal Carrillo, Hernando
Vásquez y quien más… no recuerdo más.
El doctor
Fabián Zabala era el alcalde de entonces, aunque era yo un muchacho, no olvide
nunca su amabilidad ,su cabello crespo y su impecable vestido de cachaco.
Era
emocionante ver durante ese año como llegaban las grúas y los remolques con los
postes de la luz; como ponían carretas inmensas con el cableado para las
primarias, como los cables trenzados esperaban ser puestos en los viejos aleros de
las casas y ese momento feliz, cuando llegaron con el contador para empotrarlo en la tapia; y decíamos Frotándonos
las manos ¡hay, como será cuando llegue la luz de Medellín!
Que
alegría saber que en el vecindario al
pie de la casa de don Juan Cano, ahí contiguo al callejón donde inicia la bajada para el matadero
quedaría una de las luminarias del
alumbrado publico; ahí justo en ese lugar llegaría el milagro, “la luz de Medellín.”
Vi en lo
alto del poste una lámpara erguida, imponente, vestida de verde y blanco que
parecía que nos mirara y se ufanara de su posición.
Era tanta la
expectativa de ver materializado ese
momento, que los niños jugaban trepados
en la rejas del cementerio, poniendo crucetas hechas de palitos y los cables
con cabuyas que sacaban de un costal de papas. Todos los niños eran entonces constructores
de un sueño.
El equipo de sonido National
Panasonic que había comprado Mario mi hermano, y todos los equipos de
sonido del pueblo estaban listos para sonar, cuando se iluminaran las casas. No veíamos la hora de hacer el
primer jugo en la licuadora aunque no la
tuviéramos todavía o estrenar la estufa
o el fogón eléctrico como mínimo. En nuestro caso teníamos listo un L.P instrumental de los Diplomáticos,
con el tema: Brisas del Valle.
Recuerdo, si
no estoy confundido, haber visto un largo desfile de la comunidad encabezada
por las autoridades municipales, en dirección a la vieja planta donde cada quien
llevaba un farol encendido.
De esas “imponentes” lámparas verdes y blancas que deslumbraron en
un sueño llamado luz, solo queda una y yo soy su dueño.
Alas siete de la noche del día 5 de agosto del
año 1978 se alumbro la zona urbana de Frontino en medio de una especie de grito
espontaneo y unísono de emoción y asombro;
grito que salió de las gargantas y del corazón de toda la población. Yo
no se que mas paso desde ese momento, ni me importo, porque estaba en torno a mi lámpara; desde entonces comprendí la alegría desbordante de las chapolas.
1 comentario:
en las noches frontino era antes de la luz eléctrica un pueblo de casas y calles fantasmales, tenia de este encanto que ofrece el mito y los imaginarios ritualizantes del abuelo que contaba historias de espantos....llego la luz y los espantos se espantaron ....se fueron no volvieron.... yo aun los estoy esperando
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